El País y el invierno de la prensa escrita

Juan Carlos Blanco

La carta que ha enviado el director de El País, Antonio Caño, a sus redactores anunciándoles una vuelta de tuerca más en el proceso de transformación digital del periódico puede calificarse de lo que se quiera, pero si hay algún adjetivo que no le cuadra es el de sorpresivo. En todo caso, lo que nos debería de sorprender es que alguien se sienta sorprendido.

Hace ya mucho tiempo que los gestores de este periódico han declarado en todos los foros y escenarios posibles que El País será más pronto que tarde un diario esencialmente digital y con vocación de liderazgo en América Latina. Y hace ya mucho tiempo que este periódico, como el resto de los grandes buques de papel, es mucho más leído en los teléfonos móviles y en las tablets que en sus ediciones impresas.

La venta de ejemplares decrece. Pero la lectura no. Al contrario. Cada día se consume más y más información, sólo que en otros soportes. Se trata de un hecho objetivo que se ha convertido en una obviedad, pero, reconozcámoslo, en una obviedad que todavía es capaz de causar una gran inquietud en la industria de la comunicación.

¿Por qué? En primer lugar, porque no se despide uno del papel y de toda una manera de entender la producción y distribución el periodismo durante generaciones como quien dice adiós al fin de semana.

En segundo lugar, porque un cambio de estas características aventura también la posibilidad de más recortes laborales en una plantilla que ha sufrido como tantas la gran crisis de la industria del periodismo impreso. Y eso, vistos los antecedentes, se mira con recelo y resquemor en ése y en cualquier cabecera del planeta de las noticias.

Y en tercer lugar, porque no se trata de un periódico cualquiera, porque El País sigue siendo el principal diario de España y seguramente el más importante en lengua española del mundo, porque ha sido el estandarte informativo de unas cuantas generaciones de españoles y porque cualquier movimiento que se haga en este periódico se puede tomar como referencia para lo que le puede llegar al resto de la industria mediática en menos tiempo de lo que muchos se esperan.

Las alusiones más o menos veladas al final de El País como rotativo impreso hacen pensar a muchos que el invierno de la prensa escrita está a punto de llegar. Puede ser. Pero, en ese caso, puede ser que también nos tengamos que preguntar si vale la pena aferrarse a modos de distribución de las noticias que se antojan decimonónicos y, sobre todo, si todavía vale la pena mantener la ficción de que los ciudadanos volverán a comprar periódicos de papel cuando hayamos dejado atrás la crisis.

¿No sería más rentable reconocer la realidad y asumir que los lectores decidieron, también hace ya mucho tiempo, que a ellos lo que les gusta es leer las noticias en las pantallas de sus móviles y en los muros de sus redes sociales?

¿No sería mejor  adaptarse que quedarse atrapado en la nostalgia de un pasado que no tiene intención de volver?

En El País parece que ya han decidido su respuesta. Pronto sabremos en qué consiste realmente.

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