Ni Huesca se libra del día de la marmota del periodismo

Juan Carlos Blanco

Estoy ‘suscrito’ al congreso de periodismo digital que se celebra estos días en Huesca. Sólo he acudido en una ocasión, pero en los últimos años he estado muy atento a lo que allí se dice y he visto en internet muchísimas de las ponencias que se han ofrecido. Se ha ganado un prestigio. Y con razón. Se ha hecho imprescindible para quienes quieren saber lo que le pasa y lo que le puede suceder al periodismo.

Aun sí, y pese a los intentos de los organizadores, ni este mismo congreso se libra de la maldición de convertirse en el escenario perfecto para que los periodistas nos sigamos enredando en un bucle cansino del que no somos capaces de salir.

 

Una y otra vez, y así hasta el infinito, las conversaciones que se leen en las redes sociales cada vez que llega el congreso giran siempre en torno a si los medios tradicionales serán capaces de afrontar sus transformaciones digitales o a si nos estaremos equivocando afirmando que los periódicos de papel terminarán muriendo.

Se habla de mucho más, y se habla  bien, poniendo el acento en los que proponen antes que en los que se quejan. Pero las conversaciones entre periodistas siempre terminan girando en los asuntos recurrentes de los últimos quince años.

Y no es por nada, pero eso para que nos corran a gorrazos.

Que todavía sigamos con lo mismo después de tantos años desde la irrupción de internet es una buena prueba de la alergia congénita al cambio que sufre buena parte de la profesión.

Ya sabemos que hay muchas empresas periodísticas a las que les gustaría que internet cerrara por las tardes y que las redes sociales sólo sirvieran para charlar sobre el Candy Crush. Pero lo que se constata es que muchos periodistas piensan igual. Y no es sólo  por una cuestión de modelos de negocio y de hundimiento de los ingresos, que también.

En Huesca, se muestran uno tras otro ejemplos de transformación y de innovación (atentos, por ejemplo, a lo que cuenta aquí Emilio García Ruiz, editor de audiencias del The Washington Post).

 

Entonces, ¿por qué seguimos como robots insistiendo con lo mismo de siempre?

¿Alguien en esta sala nos lo puede explicar?

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