Juan Carlos Blanco
Donald Trump sigue enredado en su obsesión patológica con la prensa, a la que atribuye casi todos los desastres que ha provocado en su primer mes en el despacho oval de la Casa Blanca. Lo último ha sido su actuación estelar en la rueda de prensa en la que se defendió con argumentos surrealistas de las acusaciones sobre los contactos de su equipo de campaña con miembros de la Inteligencia rusa. Allí, Trump ha acusado a la prensa de estar «fuera de control», lo cual sólo ha servido para convencernos a todos de que quien está fuera de control es el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.
Trump tenía tres opciones en sus relaciones con el periodismo: moderarse y norrmalizar estas relaciones, actuar como un presidente populista y demagógico al estilo de Maduro en Venezuela o ejercer de presidente freaky, convirtiendo cada una de sus intervenciones públicas en un espectáculo imprevisible y disparatado para deleite de sus imitadores de la televisión. Por ahora, se ha decantado por situarse entre la segunda y la tercera opción. Y va a más en su delirio.
La estrategia de Trump con los medios de comunicación es transparente: utilización masiva de la televisión para colocar su mensaje simple y primario y ataque enfurecido a todos aquellos medios y periodistas que se atrevan a denunciar sus excesos y mentiras. Trump se ha aprovechado del desprestigio general de la prensa, en esta época en que a las mentiras las llamamos posverdades, para presentarla como el brazo armado de las élites que han reventado el sueño de millones de norteamericanos que supuestamente viven mucho peor que sus padres y que sus abuelos. Y le ha funcionado.
El presidente americano sueña con acabar con los medios que le atacan y está convencido de que se puede gobernar a golpe de decreto y de Twitter. Y por eso se enfurece cuando comprueba que los jueces suspenden sus decretos y los periodistas de los medios hostiles siguen recordándoles todos los días que es una máquina de mentir y de difamar. Literalmente, no lo soporta. Y de ahí los ataques patológicos y su obsesión con destruir al que no le sigue el juego.
Se trata de dos concepciones radicalmente distintas de cómo entender la importancia de los medios en las sociedades libres. Y como es evidente, ambas concepciones chocan. A Trump le gustaría que cerraran unos cuantos medios. Y a esos medios les gustaría ver a Trump muy lejos de la Casa Blanca.
La prensa más o menos seria es consciente de lo que ha llegado. No se arredra. Y hasta ha descubierto que desvelar las mentiras de Trump también es rentable para sus cuentas de resultados. Periódicos como The New York Times o The Washington Post están viendo cómo aumenta sustancialmente el número de personas que se suscriben a sus medios en la creencia de que el papel de los medios de comunicación como contrapeso del poder es indispensable en cualquier democracia que se precie. Más si cabe cuando un tipo de la caladura mental de Donald Trump hace y deshace desde el despacho del hombre más poderoso del planeta.
5 comentarios en “Trump enfurecido y el periodismo «fuera de control»”
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