Juan Carlos Blanco
Por razones de trabajo, he seguido casi todo lo que se ha dicho y escrito sobre el incendio desatado en el entorno del Parque Nacional de Doñana que ha arrasado 8.486 hectáreas en parajes de alto valor de una zona comprendida entre Moguer, Mazagón y Matalascañas, en la provincia de Huelva, en el sur de España.
El fuego ha concitado una atención extraordinaria por su cercanía a una de las reservas naturales más valiosas del continente europeo y ha servido para comprobar un par de cuestiones: la primera es que, en líneas generales, los medios de comunicación siguen teniendo un papel relevante a la hora de trasladar con rigor, en sus soportes y en sus redes sociales, la información de servicio que se requiere en situaciones tan extremas como las que se ha vivido en la zona afectada; y la segunda es que es muy difícil luchar contra los bulos, pero que también se pueden organizar cortafuegos para que estos bulos y leyendas urbanas no terminen por arraigarse y crecer como monstruos en cuestión de minutos o de horas.
Me detendré en este segundo punto. No pasaron ni horas de que se desatase el fuego y ya empezaron a circular por las redes unos cuantos bulos inflamables que parecían imposibles de controlar. Y en concreto, había uno que resumía todas las teorías conspiranoicas y que se extendía de una forma inusitada por las autopistas de Twitter, Facebook, Instagram y Whatsapp. Leedlo con atención:
Os reconozco mi fascinación con este mensaje. Quien lo ha escrito es un intoxicador capaz de urdir en segundos toda una trama conspiranoica sin fundamento alguno para el deleite de los consumidores de leyendas urbanas fabricadas para su distribución en las cadenas de whatsapp y similares.
La teoría es delirante. Un ejercicio de cuñadismo extremo. Pero no os os creáis que se quedó entre las cuatro paredes de los conspiranoicos que estuviera de guardia ese fin de semana. Este mensaje caló tanto que en muy pocas horas se organizó hasta una recogida de firmas en Change.org para que la Junta reforeste Doñana e impida las recalificaciones que, al día en que escribo estas líneas, lleva casi trescientas mil firmas.
Algunos medios escribieron artículos muy interesantes desmontando estas teorías tan delirantes (os paso por aquí las de El Confidencial y las del portal Verne, de El País), pero el bulo sigue. Y tengo la sensación de que ni se ha apagado ni va a terminar de apagarse nunca. Y en este caso, no por responsabilidad de quien lo propaga, sino de quienes son capaces de tragarse cualquier bulo o difamación con tal de reafirmarse en sus convicciones truculentas.
Seguramente todos conocemos gente que ha propagado estos bulos desde la buena fe, pero también conocemos a transmisores de infamias que saben perfectamente que se trata de mentiras siderales y, aun así, las siguen propagando.
Y eso pasa porque todo esto que conocemos como posverdad (las patrañas, bulos y mentiras de toda la vida) no son patrimonio de algunos políticos y periodistas, sino que también son frecuentemente usados por muchos ciudadanos que anteponen su activismo a la verdad y que, en consecuencia, aplican eso tan cínico de no dejar que la realidad les estropee un buen titular o un buen tuit.

No pasa nada por reconocerlo. Algunos guardianes de la pureza democrática que ejercen en las redes sociales se hinchan de proferir proclamas tan denagógicas como alejadas de la verdad. Y os puedo asegurar que les importa más bien poco que lo que digan sea o no sea mentira ni el daño que hagan con sus delirios. Lo que importa es que sus discursos prendan. Y cuanto más, mejor. Y ante eso, poco se puede hacer más que seguir confiando en quienes se lo merecen (tanto en los soportes tradicionales como en las redes) y seguir poniendo cortafuegos para las mentiras mediante la transparencia y el rigor. No hay otra.
P.D. Al inicio del artículo os decía que he seguido con intensidad las incidencias del incendio por motivos de trabajo. Aprovecho para explicaros: desde hace un par de semanas, ejerzo como portavoz del Gobierno de la Junta de Andalucía. Un reto del que me siento muy orgulloso y que me tiene lo suficientemente ocupado como para dedicarle menos tiempo a alimentar este blog y el grupo sobre periodismo que monté en Facebook. Quiero seguir escribiendo sobre este oficio y esta industria que tanto quiero, pero si veis que escribo menos, ya sabéis porqué. Un abrazo para todos.