Juan Carlos Blanco
Esta fábrica de indignaciones sobrevenidas en la que se han convertido redes sociales como Twitter y Facebook ha sido escenario estos días, otra vez, de lamentos y quejas generalizadas por la decisión de los principales periódicos de este país de insertar en sus ediciones de papel páginas de publicidad que recubren sus portadas.
Hace unos días, fue una marca que vendía lavadoras. Y hoy, es una fabricante de automóviles. En ambos casos, como en otras ocasiones, asistimos a la habitual avalancha de criticas cargadas de vehemencia dirigidas contra una presunta y gravísima vulneración de los principios y valores éticos de las organizaciones periodísticas.
Estas críticas son legítimas, pero, como ya he dicho en alguna ocasión, también son injustas, muy injustas.
La ética y la transparencia de las empresas periodísticas no dependen de la publicidad de sus portadas. En todo caso, dependen, sobre todo, de que NO haya publicidad ni en sus portadas, ni en sus páginas interiores ni en sus ediciones digitales.
En ese caso, ya les digo que la honra también puede terminar quebrándose por culpa de la debilidad de las empresas y la precarización del trabajo.
Los nuevos fariseos mediáticos
Las empresas editoras atraviesan una etapa de transformación radical que está arrasando el viejo ecosistema tradicional. Pretender que no vendan las primeras páginas de sus ediciones es un ejercicio de puritanismo de salón que sonroja a todo el que conozca el grado de sufrimiento que comporta la crisis que están soportando.
Si de verdad hay ciudadanos que sufren tanto por este tipo de publicidades, lo único que se me ocurre es animarles a abandonar estos lamentos farisaicos y a comprometerse pagando por las noticias, que es el modo más efectivo y real de apostar por el periodismo de calidad y, por supuesto, es la única manera de que, por ejemplo, no tengan que vender sus portadas por un puñado de euros.
Pero entretanto sucede esto, solicitaría que no nos pongamos tan puristas y aceptemos que los medios de comunicación, mientras respeten las reglas y jueguen dentro del cuadrilátero ético, deben hacer todo lo que sea posible para sobrevivir, buscando vías de ingresos que hasta ahora ni se planteaban.