Juan Carlos Blanco
Está adquiriendo una gran repercusión un artículo firmado por el columnista del The New York Times Farjad Manhoo en el que, básicamente, recomienda a los periodistas que abandonen Twitter o que luchen contra su adicción a esta red social.
Manhoo hace una aproximación provocadora al asunto para llamar la atención de los lectores, pero lo que sostiene tampoco le convierte en el típico enfant terrible del periodismo que sólo busca impactar exponiendo con fuegos de artificio alguna teoría audaz o pretendidamente innovadora.
Su mensaje es de sentido común: si no eres capaz de controlar Twitter, déjalo antes de que Twitter te controle a ti. Y si no, regula su uso. ¿Quién puede no estar de acuerdo?
Todos los que sois periodistas sabéis que nuestro perfil medio encaja en el del adicto a una red que nos ofrece una oferta casi infinita de lo que más nos atrae.
Twitter es el sitio donde encontramos todas las noticias las 24 horas de los siete días de la semana. Nos gusta consultar nuestro timeline a la hora de levantarnos de la cama, cuando nos desplazamos, cuando trabajamos, en cuanto tenemos un descanso, por las noches en el sofá, y luego cuando nos acostamos, apagamos las luces del dormitorio y sólo queda la luz de la pantalla de nuestro móvil.
Pero también es nuestra particular hoguera de las vanidades, el lugar al que acudimos a exponer nuestras mercancías (a veces, antes incluso que en nuestros medios o directamente sin pasar por ellos), a demostrar ingenio o a buscar el aplauso fácil y la carantoña de los cercanos.
Y lo peor es que en demasiadas ocasiones es el sitio donde nos agriamos y nos indignamos compulsivamente, practicando un pensamiento tribunero que nos obliga a opinar casi de todo y a hacer juicios sumarísimos de cuanto ocurre a nuestro alrededor.
Una herramienta irresistible para nuestros egos, para nuestras filias y en especial para nuestras fobias.
Twitter nos crispa en exceso, nos distrae demasiado, nos hace sumergirnos alegremente en una burbuja endogámica donde casi todos piensan igual y también nos roba casi todas las horas del día. Pero, tal vez, el problema no esté en Twitter sino en nosotros mismos.
Twitter es una aplicación. Nada más. Y las aplicaciones están al servicio de los consumidores. No al revés. Como herramienta es extraordinaria para el trabajo periodístico, pero requiere de unas pautas mínimas de comportamiento. Pautas sencillas y aplicables en cualquier orden de la vida.
Yo soy periodista y pienso seguir en Twitter, pero ya he asumido que debo de cuidarme y administrar mi dosis diaria para no convertir esta herramienta en una adicción que me impida, por ejemplo, ver una película o leer un libro o un artículo largo sin evitar la tentación de echarle un vistazo a mi teléfono cada cuarto de hora. Y, por supuesto, no pienso usar esta aplicación para derramar bilis hasta que no me quede nada ácido dentro de mi cuerpo.
Twitter es ya la gran plaza pública del periodismo y seguramente lo siga siendo por bastante tiempo. Pero vivir allí a todas horas no es bueno para los periodistas. Y usarlo para ajustar cuentas con el mundo, menos todavía. Al menos, para nuestra salud mental.
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13 comentarios en “Tal vez el problema no sea Twitter sino nosotros mismos”
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Bien venido de nuevo después de una difÃcil etapa que has resuelto más que dignamente. Enhorabuena y ahora a asumir nuevos retos.
Un abrazo
[Eduardo]
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