El homo digital éramos nosotros

Juan Carlos Blanco

Hasta los que han hecho del escepticismo digital una marca casi personal han terminado por rendirse: la tecnología ha cambiado nuestra forma de andar por la vida. Y en algunas ocasiones, en un sentido casi literal, como estamos viendo estos días en el Mobile World Congress que se está celebrando en Barcelona.

Nos levantamos con el sonido de las alarmas de sus teléfonos móviles, miramos el tiempo en Google, repasamos la prensa y miramos fotos de Facebook o de Instagram en pantallas de cinco o seis pulgadas, compramos en Amazon, suscribimos hipotecas digitales, nos desplazamos en Uber y Cabify y vemos las películas y las series que nos recomiendan los algoritmos de Netflix o de Movistar. Casi todos nos hemos convertido en cazadores de wifi en busca de la mejor cobertura. Y todos lo queremos todo. Al instante y en tiempo real.

Las empresas lo saben. Incluso las más reactivas. Y comprenden también que no se pueden quedar quietas ante una disrupción que está transformando nuestra forma de pensar y de relacionarnos y nuestros hábitos de consumo. 

La digitalización de las empresas tiene ya muy poco que ver con designar con el fenómeno del ‘Cuñadity manager’: ese familiar o amigo jovenzuelo al que se pide que nutra de contenidos la página web de la empresa o que se haga cargo de las cuentas de la misma en Twitter, Instagram o Facebook.

Esa etapa ya la hemos pasado. Ahora, hemos entrado en otra fase, si se quiere más avanzada. Si uno, por ejemplo, lee a menudo las páginas económicas de los diarios, rara será la mañana en la que no se encuentre alguna referencia a la ineludible necesidad de implantar sistemas de inteligencia artificial en sus empresas, trabajar en minerías de datos o, por ejemplo,  establecer sistemas de blockchain.

El mantra de la digitalización se ha extendido, ha crecido y ha madurado. Y la transformación disruptiva también ha alcanzado al ecosistema tradicional de la comunicación. 

Sus efectos no se circunscriben a las empresas periodísticas y de comunicación, sino que se extienden al resto de las organizaciones empresariales, pues han transformado el modo en el que nos comunicamos y los canales y soportes en los que distribuimos (o nos distribuyen) la información sobre nuestras marcas.

Donde antes había unas cuantas televisiones, radios y periódicos que se podían manejar, ahora hay una oferta infinita de canales donde conviven los medios tradicionales con los nativos digitales, los blogs personales con las redes sociales, los canales de mensajería instantánea como whatsapp con los correos electrónicos.

El magma digital

Y las empresas tienen que moverse ahí, en ese magma infinito donde no parece haber ni orden ni concierto y donde todo es susceptible de mejorar, pero también de empeorar si no se saben manejar ciertos códigos y, como consecuencia, se termina adoptando una actitud compulsiva y, a veces, hasta errática.

Las nuevas tecnologías y sistemas de información, el big data, la eclosión de las redes sociales y la multiplicación de los canales de comunicación abren un periodo de oportunidades extraordinarias para aquellas empresas que sepan entender el cambio y aprovechar las potencialidades de una comunicación infinitamente más abierta que la que disponíamos en la era analógica previa a internet.

El tipo que antes compraba un par de periódicos y compraba en las tiendas de toda la vida es ahora un homo digital las 24 horas del día. Toca adaptarse. Y de inmediato.

  • Este artículo es una versión para el blog del prólogo que escribí para un libro sobre la transformación digital en las empresas escrito a dúo por el periodista y amigo Fernando Arnáiz y la profesora Silvia Pinto, a quienes agradezco que me hayan permitido participar de esta manera en su proyecto. Por cierto, el libro se llama ‘Te lo vendo o te lo cuento» y es manifiestamente recomendable.

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3 comentarios en “El homo digital éramos nosotros”

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