El lenguaje perezoso y simplón de la política

Juan Carlos Blanco

Os recomiendo la lectura de un artículo que firma Rodrigo Terrasa en el diario El Mundo en el que da cuenta de un estudio en el que se analiza cómo se ha simplificado el lenguaje que utilizan los políticos para transmitir sus mensajes a los ciudadanos.

El artículo viene encabezado por un titular provocativo que cumple con su función de llamar la atención sin dejar de alinearse con lo que se cuenta en el cuerpo de la información (Por qué los políticos te hablan como si fueras idiota).

La discusión es inevitable. ¿De verdad que los políticos nos tratan como a idiotas? Y en ese caso, ¿de quién es la culpa? ¿de los políticos y de quienes les escriben sus discursos e intervenciones? ¿de los medios de comunicación que no desmontan el parloteo simplón de nuestros dirigentes públicos? ¿o de los ciudadanos, a quienes cada vez más hay que enviarles mensajes más y más sencillos y telegráficos para que no pierdan su atención menguante?

¿Política para idiotas?

Una posible respuesta para la primera pregunta: no, los políticos no tratan como idiotas a sus conciudadanos, pero sí que son conscientes de que en esta era compulsiva donde los mensajes se transmiten en tiempo real, es fundamental que éstos puedan encapsularse en píldoras de no más de 280 caracteres o en declaraciones de 20/30 segundos que puedan entrar en los informativos de las cadenas de televisión y de radio.

Esta caza ansiosa por la atención de los ciudadanos obliga a una simplificación de los mensajes que no es mala por sí misma. Si se quiere llegar a públicos generalistas, es esencial que los mensajes lleguen en una prosa simple, limpia y clara que permita comprenderlos de una forma llana y sencilla. Y eso implica saber simplificar los mensajes para atraer la atención sobre las ideas fuerza que se quieren trasladar. No le veo nada malo a esta práctica: los ciudadanos se merecen unos políticos que les hablen de una manera comprensible, no con un lenguaje manierista y engolado que suele ser tan vacío como ridiculo.

Lo que ocurre es que en demasiadas ocasiones se confunde la simplificación de los mensajes con la infantilización de las ideas, con el consiguiente deterioro de la calidad del debate público.

No es lo mismo un intercambio de ideas claras y simples que juegan en el campo de lo racional que una confrontación de eslóganes y frases huecas que apelan a las emociones con visiones gruesas y sin matices de la realidad: los míos siempre son los buenos y los otros siempre siempre son los malos.

¿Y qué pasa ahora para que hablemos de esto?

Pues que el terreno de juego en el que nos movemos en el debate público, sobre todo con la irrupción de nuevos canales y soportes, propicia que haya más confrontaciones simplistas y gruesas que debates donde se busque un lenguaje simple y claro.

Y en eso, la responsabilidad, en mayor o menor medida, debería ser compartida por casi todos.

La mayor de éstas recae en la escena política, donde las ideas han sido sustituidas en el día a día comunicativo por los eslóganes; pero también se sitúa en el ámbito de los medios de comunicación, que contribuyen en demasiadas ocasiones de manera perezosa a la difusión masiva de estos mensajes de usar y tirar, y en los ciudadanos, que son muy críticos con sus representantes públicos pese a que comparten con ellos, en especial en las redes sociales, su misma propensión a los juicios sumarísimos y las descalificaciones simplonas.

P.D. Os paso otro artículo al respecto que también aporta información sobre este particular:

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6 comentarios en “El lenguaje perezoso y simplón de la política”

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