Diez enseñanzas de Mark Thompson sobre la comunicación en la política

Juan Carlos Blanco

Acabo de terminar la lectura del ensayo de Mark Thompson ‘Sin palabras. ¿ Qué ha pasado con el lenguaje de la política?’ (Editorial Debate) y quería trasladaros algunas de las conclusiones a las que llega quien ha sido durante unos cuantos años director general de la BBC y ahora es el principal ejecutivo de The New York Times.

Es un libro clarificador sobre la deriva simplista y emocional del lenguaje de los políticos y, por extensión, del que se usa en prácticamente todos los órdenes del debate público. No voy a ser tan atrevido de resumir en unas líneas un libro de 400 páginas, pero sí que os voy a pasar aquí algunas de esas ideas que expresa Thompson a modo de resumen en uno de los últimos capítulos del ensayo.

1. Si dices una cosa y luego haces otra, la opinión pública perderá su confianza en ti.

Es una obviedad estratosférica, pero vemos tantos cambios de criterio que no son explicados, tantas incoherencias, tantos olvidos y tantas incongruencias, que parecemos olvidar lo esencial: los políticos pueden cambiar de opinión cuántas veces sea necesario (los prefiero flexibles y pactistas a inflexibles y rocosos), pero tienen que ser coherentes consigo mismos y con los demás.

2. No intentes engañar al público acerca de quién eres.

Añadiría sólo un matiz: no lo hagas, aunque sólo sea a efectos prácticos. Se nota mucho a los políticos artificiosos.

3. Si los votantes van a verte como un político profesional, el sentido común sugiere que te lo pienses dos veces antes de verter cubos de estiércol sobre tus colegas y sobre ti mismo. Los jueces, los médicos y los generales no lo hacen.

Pues sí, se falta demasiado al respeto; se sueltan acusaciones gravísimas sin aportar pruebas; se deshumaniza al adversario…y luego, quienes lo hacen se sorprenden de que a ellos también se les falte al respeto, se les acuse sin pruebas y se les deshumanice. ¿Pero qué esperaban? Si se meten en el fango, comerán fango.

4. Trata a la opinión pública como a adultos. Comparte con la gente que quieres que te vote parte de lo que piensas de verdad sobre políticas concretas, incluidos los sacrificios delicados que te esperan.

Los ciudadanos no son menores de edad a los que hay que persuadir a base de emociones primarias reflejadas en frases simplonas. Esa estrategia emocional puede valer en el corto plazo, pero en el largo es muy dañina para quien la práctica (salvo en las democracias iliberales) y para el resto de la sociedad.

5. No escondas la realidad debajo de la alfombra. No niegues los hechos por conveniencia ideológica.

Sé que es difícil y que quien es capaz de reconocer aciertos del contrario o fallas del discurso propio es tachado de ingenuo, pero no veo así la realidad política: si creemos que la política es, o debe ser, un ejercicio de coherencia, hay que empezar practicándola con uno mismo y con los suyos.

6. Destilar unas políticas públicas complejas en lenguaje llano es difícil, pero hay que hacerlo. En gran medida, el gobierno moderno es comunicación.

Poco más se puede decir: el lenguaje oscuro y enrevesado de la Administración y de sus representantes es una falta de respeto a los ciudadanos y una señal de mediocridad rampante. No se trata de simplificar el lenguaje, se trata de hacerlo accesible. ¿Es tan difícil de entender? Eso sí que sería revolucionario: que los políticos y las Administraciones hablaran y se expresaran en sus documentos con claridad.

7. Llena tu departamento de comunicación de escritores de verdad, incluye algún que otro artista gráfico, y de paso videógrafos y productores multimedia. Y ya que estás en ello, insiste en que el ejército de tecnócratas de los que dependes también reciba algún curso de expresión lúcida y no condescendiente.

Amén.

8. El lenguaje maquiavélico de las noticias todavía puede ser eficaz en las sociedades controladas, donde es posible que no te pasen factura ni siquiera las mentiras más descaradas (Putin), pero en nuestro Occidente, con su conexión digital 360 grados, la negatividad ya no es lo que era.

Exacto. Ahora es muy muy fácil detectar las mentiras y exponerlas públicamente. Se puede llenar la opinión pública de noticias falsas, pero más pronto que tarde se pillan.

9. La única empatía que podrá juzgar la opinión pública será la tuya.

Ya puedes tener una legión de expertos en la fabricación de eslóganes de usar y tirar o en minería de datos, que lo importante es que seas capaz de transmitir autenticidad y que ésta sea honesta y empática con los demás. Y eso se tiene o no se tiene, no se fabrica, aunque se puede forjar, como dice Thompson, con «el talento y las lecciones que se adquieren con una larga experiencia».

Y 10. El don de escuchar de verdad es igual de importante para el orador (político) que cualquier talento relacionado con el habla; en realidad, forma parte del mismo talento.

Seguramente, el punto que lo resume casi todo: si sabes escuchar a los demás, sabrás comunicarte con ellos. Y eso vale para la política, para el periodismo y para la comunicación en cualquier orden de la vida.

Como veréis, el libro de Thompson me ha entusiasmado. Es muy recomendable para cualquiera interesado en la deriva del debate público hacia una suerte de república de las emociones más primarias, donde sin más importantes las frases publicitarias que las ideas articuladas. Pero, sobre todo, es muy recomendable para quienes se dedican al oficio de comunicar. Si os apetece, leedlo y creo que os será de mucha ayuda en vuestra tarea.

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