Juan Carlos Blanco
Queremos la mejor información y la queremos ya, en tiempo real. Somos impacientes digitales, pero tenemos canales y herramientas en abundancia para calmar nuestra ansiedad. Es la Arcadia soñada por los ciudadanos formados y comprometidos con la idea de que una sociedad mejor informada es una sociedad más justa y también, porqué no, más próspera.
Pero hay algo en la ecuación que falla. En esta sociedad googlelizada, cuanto más informados, no somos más libres. Cuanto más informados, lo que estamos es más infoxicados. Es la paradoja de la abundancia: La multiplicación exponencial del número de noticias no garantiza que la información que llegue a los ciudadanos sea de mayor calidad sino que lleguen más noticias sin valor, y eso nos sume a todos en un estado que camina entre la incertidumbre y la perplejidad.
Más información no equivale a estar mejor informados, sino a estar más expuestos a las noticias falsas, a las que encubren ejercicios de propaganda y manipulación y a las que simplemente tienen una calidad muy deficiente, por ignorancia de quien las escribe o, en muchas más ocasiones, fruto de la precariedad en la que viven los periodistas, exigidos en muchos casos por las estrategias del peor SEO a producir informaciones en cantidades industriales y en condiciones lastimosas y precarias que nos retrotraen a la época de las novelas del Charles Dickens de la Revolución Industrial.
Los ciudadanos recibimos cientos de impactos diarios que nos llegan de inmediato a través de nuestros teléfonos móviles y portátiles. Vivimos pendientes de las alertas informativas y de las últimas notificaciones de nuestros grupos de whatsapp y de nuestras redes como si fuésemos redactores de cierre de los periódicos tradicionales pendientes del último teletipo, pero sin descanso.
¿Vivimos entonces informados o infoxicados? Pues ambas cosas, En apariencia, muchísimo más informados que antes de la explosión de Google y de las redes sociales, pero también más infoxicados, víctimas de la saturación informativa, incapaces de filtrar aquello que es importante de aquello que no lo es y sobreexpuestos a las mentiras que circulan por la red en cantidades imposibles de determinar.
La guerra de la atención
La batalla por la comunicación se ha convertido en la guerra de la atención. Y en esta guerra no hay heridos, hay infoxicados. Las armas de distracción masiva (redes, aplicaciones, videojuegos, canales en streaming…) erosionan nuestra capacidad de concentración y hacen mella en nuestra facultad para discernir lo que es verdadero de lo que es falso. Nos cuesta asumir que estamos enganchados a la abundancia compulsiva y, en consecuencia, apenas podemos remedio para parar el avance de la enfermedad, pese a que sus síntomas asoman con ruido.
Todo es trazo grueso, simple y esquemático. Los productos informativos tienen que ser muy digeribles para atrapar la atención del público. Primero, lo emocional; luego, lo racional. Las noticias forman parte del nuevo show de la información. Todo tiene que entretener o emocionar. Y si no, no dura ni treinta segundos en la parrilla de una televisión comercial o en el muro de cualquier red social.
Lo que no se viraliza, no existe. Los directivos de los medios de comunicación lo saben, y por eso, salvo en casos que ya no son tan excepcionales, sucumben y adoptan estrategias de SEO cost para ganar en volumen y hacerse con el trozo del mercado publicitario que aún no ha caído en manos de Google y de los tres satélites de Zuckerberg: Facebook, Instagram y Whatsapp.

Las autopistas de la información se inundan más y más de noticias en las que prima la viralidad sobre la calidad. Es la dictadura de los algoritmos. Y hace de efecto placebo para los propietarios y editores de esos medios: le damos a la gente lo que la gente quiere ver y leer. ¿Qué hay de malo en ello?
Las noticias serias conviven en las plazas públicas de la conversación y la información con toneladas de morralla de apariencia informativa imposibles de destruir ni reciclar y con productos que nacen de la propaganda y el marketing, legítimos y necesarios, pero que, en el caso que nos ocupa, se disfrazan de información para ganar en credibilidad, lo que no deja de ser, si no se aclara bien, un fraude-reportaje.
La infoxicación informativa irá a más, pero también irá a más la lucha contra este fenómeno en la medida en que los ciudadanos empiecen a tomar conciencia de la necesidad de trabajar por un ecosistema mediático libre de estos plásticos contaminantes que degradan el ambiente social hasta hacerlo irrespirable.
El valor refugio de los medios
Y en este terreno del combate contra la infoxicación, que no es más que una versión más avanzada de la desinformación, los medios de comunicación que primen la calidad y la rigurosidad encontrarán casi de forma imperceptible una oportunidad que puede ser clave para ser más competitivos en el mercado. Para ellos, la calidad será su valor refugio.
Se trata de una cuestión casi de orden natural. Si los ciudadanos buscan información de la que puedan fiarse, necesitarán de actores en el mercado capaces de cribar entre la oferta infinita y decidir qué es noticia y qué no lo es, de qué se pueden fiar y de qué no. Y ese trabajo es el que harán los medios de comunicación dispuestos a entablar relaciones de confianza con sus lectores que, a medio plazo, serán claves para la sostenibilidad de sus negocios editoriales.
Los medios harán de prescriptores y generarán valor en función de la confianza que sean capaces de generar en sus entornos de mercado, ya sean éstos locales, nacionales o globales. No venderán noticias, venderán confianza. Y esto es lo que recibirán los ciudadanos que apuesten por estos productos: confianza frente a la infoxicación. Ganarán ellos. Y con ellos, la sociedad en la que vivimos.
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4 comentarios en “Las víctimas de la ‘infoxicación’ informativa”
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