Juan Carlos Blanco
Quizás haya muchas cosas que nos han cogido por sorpresa a los periodistas en esta pandemia de coronavirus que nos azota en medio de un estado de perplejidad y desconcierto inimaginable hace tan sólo unas semanas, pero desde luego entre ellas no se sitúa la epidemia de noticias falsas que colapsa nuestras redes sociales y nuestros grupos de whatsapp. La fakedemia ha estallado. Y a nadie le ha sorprendido su crudeza.
El caldo de cultivo es idóneo para la propagación de bulos y falsedades: herramientas rápidas, cómodas y gratuitas para la grabación de audios y vídeos; multiplicación de los canales de acceso a la información; un parque de pantallas amplísimo gracias al uso masivo de los teléfonos inteligentes, muchísimo tiempo libre y, sobre todo, la necesidad humana de estar al día y en tiempo real de cualquier amenaza que se cierna sobre nosotros y, en especial, sobre los nuestros.
El Gobierno ha decretado el estado de alarma, pero bien podría haber declarado también el estado de emergencia en las redes sociales y en los grupos de whatsapp: nunca habíamos visto tanta basura volcada en las redes, tantos audios y tantos vídeos falsos o manipulados.
La mayoría de las falsedades son burdas y huelen a mercancía caducada desde lejos, pero otras son tan refinadas que hay que escucharlas o leerlas dos o tres veces para descubrir el engaño.
Y, en cualquiera de los casos, tenemos que asumir que la mayor parte de la población no tiene porqué tener ni la experiencia ni el oficio para detectar tantas inmundicias. Para eso estamos los profesionales de la comunicación, quienes, por cierto, no debemos eludir nuestra responsabilidad al respecto.
El papel de los medios y también de quienes procuran transmitir información de servicio público desde otras instancias e incluso a título individual es más esencial que nunca.
Las empresas informativas, los periodistas y quienes trabajamos en el ámbito de la esfera pública expresando opiniones o emitiendo juicios de valor desde los medios de comunicación debemos siempre volcarnos en nuestra función pública y alejarnos del sensacionalismo y de la ansiedad informativa.
Pero, ahora, se nos tiene que exigir otro doble esfuerzo complementario: en primer lugar, debemos actuar como faros generadores deconfianza para que la opinión pública no se pierda entre tanto material falso.
Y, en segunda instancia, debemos trabajar, en la medida de nuestras posibilidades, en desenmascarar algunos de esos bulos que calan entre los ciudadanos a la velocidad de un retuit o de un bulo compartido en un grupo de whatsapp.
Y tenemos que hacerlo en todas las trincheras mediáticas en las que participemos, fajándonos en todos los terrenos y ayudando a los ciudadanos, en lo que esté en nuestra mano, a detectar las porquerías mediáticas que nos quieren colar los desalmados de turno.
¿Estaremos a la altura?
Tengo la sensación, no sé si compartida por alguno de vosotros, de que todos los que trabajamos en la comunicación nos jugamos también mucho en esta crisis global que nos atenaza.
La pandemia del coronavirus está poniendo a prueba la altura moral y el liderazgo de quienes nos dirigen desde la política, las instituciones sociales y las organizaciones económicas y empresariales.
En el caso de los dirigentes políticos, les estamos pidiendo unidad, firmeza, serenidad y energía en la conducción del país. Y en el caso de los empresarios y el resto de los dirigentes sociales, les reclamamos que muestren empatía, con los ciudadanos y también con sus trabajadores.
Pero esta crisis también está poniendo a prueba la estatura moral de los medios de comunicación, de los periodistas, de los comunicadores y de los analistas que se asoman día a día a la esfera de lo público, bien sea desde los propios medios de comunicación o en las diferentes esferas de la red.

El derecho a ser escuchados
Aquéllos que sean útiles a los ciudadanos y no se dejen llevar por el cortoplacismo de trazo grueso se habrán ganado lo que Michael Ignatieff llamaba en su extraordinario ensayo Fuego y ceniza el derecho a ser escuchado y, en definitiva, a ser parte de la comunidad a la que prestan sus servicios.
Los ciudadanos nos perdonarán los errores de apreciación y de valor que podamos cometer (yo ya os digo que he cometido algunos), pero lo que no nos perdonarán es que no seamos honestos, que no luchemos contra esta maldita posverdad que lo contamina todo y que no intentemos ser útiles a la sociedad en la que vivimos.
Es nuestra misión. Y nos toca cumplirla.
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6 comentarios en “Qué se nos debe pedir a los periodistas (y a los opinadores) en esta crisis del coronavirus”
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