Juan Carlos Blanco
Una campaña del Gobierno de España insertada en las ediciones de papel de numerosas cabeceras de periódicos del país ha generado una polémica tanto en la vertiente política como en la periodística.
Sobre la primera, no me extenderé mucho: desde el punto de vista de la comunicación política, cuesta asimilar el mensaje de que vamos a salir de la pandemia del coronavirus más fuertes, entre otras razones, porque vamos a salir como mínimo con más de 30.000 fallecidos, con miles de empresas en quiebra y con la pérdida de millones de puestos de trabajo. No parece, pues, que emplear un lema de motivación al estilo Simeone sea lo más prudente, pero allá vean quienes lo hayan decidido así.
El desprecio de la prensa
Donde sí me quiero centrar es en un tema recurrente en los últimos años: el rasgamiento colectivo de vestiduras en las redes sociales cada vez que una empresa o, en este caso, una Administración decide ‘comprar’ una página de publicidad en la portada de los principales medios del país.
En ese momento, como pasó ayer, volvemos a escuchar lamentos, quejas y desgarros por la presunta falta de imparcialidad de todos los periódicos y por su también presunta sumisión a todos los poderes establecidos, ya sean estos los del Ibex 35, los del gobierno de turno o los del equipo de petanca del pueblo.
La crítica es saludable y más necesaria que nunca. Gracias a la irrupción de las redes sociales y otras plataformas, los medios también son objeto del escrutinio y eso les hace ser más autoexigentes para estar a la altura de una opinión pública que les controla como controla a cualquier otro actor que se asome a la escena pública, como los políticos, los empresarios, los sindicatos, los deportistas de élite o los artistas, entre otros. Les va en ellos su credibilidad y la confianza de sus lectores. Y, en este caso, más aún, pues se trata de publicidad institucional en un momento tan delicado como el que vivimos (por cierto, no descarten que estos anuncios a toda página sean una manera también de ayudar a la prensa en estos tiempos de Ertes y despidos).
Lo que ya no es tan saludable es esa obsesión por menospreciar de forma colectiva a los periódicos y por usar el trazo grueso para presentarlos como si fueran unos agentes del mal dispuestos a venderse al mejor postor. Eso, perdonadme que lo diga así, es de perezosos mentales. Y, por eso, me niego a participar de la caricatura ni a dejarla pasar. La mayor parte de quienes hacen este tipo de observaciones hace años que no compran un periódico y, quizás por ello, hacen juicios sumarísimos y frívolos que no aguantan ni el primer contacto con la realidad.
Sí, claro que la prensa está en problemas. Es más, me quedaría corto si dijese sólo que «está en problemas». Por ser exactos: está en quiebra, en plena agonía del modelo Gutenberg y sin garantías de que vaya a soportar la transición a la nueva era de las empresas Zuckerberg. Sus cuentas no dan para más. Y eso precariza a los medios, les debilita y les hace ser víctimas más fáciles ante cualquier presión política, financiera o de la naruraleza que sea.
En gran parte, por su ceguera a la hora de reconocer que el negocio de la publicidad se había trasladado en masa a Google y a Facebook y por su negativa a transformarse y a adaptarse a la nueva realidad. Pero, también, porque, después de treinta años de gratuidad total y obsesión desaforada por el click, se ha instalado una idea un tanto happyflower que consiste en pensar que los ciudadanos tienen el derecho a recibir todos los contenidos gratis. y que si los medios intentan establecer nuevos modelos como el pago por las noticias, entonces es que están hurtándole el derecho de los ciudadanos a recibir una información veraz y plural.
El ‘derecho’ a la prensa gratis
Pues no, en el mundo real ese derecho a una información veraz y plural cuesta dinero porque cuesta producir esa información; y, por poner un ejemplo cercano, cuesta más o menos lo mismo que ejercer el derecho a recibir series y películas de Netflix o canciones del Spotify. Y no por eso reclamamos un Spotify libre y democrático ni que Netflix abra las compuertas de su plataforma en aras del bien común.
Digo aquí lo que llevo repitiendo mucho tiempo en este blog: si de verdad los ciudadanos quieren una prensa de calidad, lo que tienen que hacer es comprometerse con ella y entender que esa prensa libre, plural y sin ataduras que tanto reclaman, y con razón, sólo podrá lograrse si la apoyan, entre otras opciones (no todo es el pago), pagando lo mismo que pagan por consumir libros, canciones, películas o series de televisión.
Y sólo cuando lo logren, ahora que empiezan a instalarse sistemas de pago que reclaman tímidamente ese compromiso, podrán prescindir de esa publicidad que tanto indigna al sector de lectores puros, inmaculados y honrados que siempre andan vigilantes y dispuestos en las redes sociales para denunciar las maldades de esa prensa que quiere hurtarles su sagrado derecho a recibirlo todo gratis
1 comentario en “A vueltas con la publicidad de los periódicos y el derecho al todo gratis”
Muy de acuerdo Blanco