Juan Carlos Blanco
La ‘moda’ de los muros de pago en los medios de comunicación es de todo menos eso, una moda, así que vamos a tener que acostumbrarnos a ver cartelitos animándonos a suscribirnos cada vez que intentemos acceder a artículos que nos hayan llamado la atención en las redes sociales o busquemos a nuestros columnistas de referencia (salvo que ya hayamos pasado por caja).
Las empresas periodísticas españolas asumen ya que la publicidad pasa a ser un ingreso colateral del que no pueden depender más para cuadrar sus cuentas de resultados y trabajan ya en modelos donde el pago por las noticias vuelve a ser el modo en el que los lectores se comprometen con las marcas y permiten que sean más sostenibles y, en consecuencia, más independientes frente a las presiones políticas y empresariales.
La estrategia es acertada y casi que inevitable. La pandemia del coronavirus no ha hecho más que acelerar los procesos de transformación por la caída de estos ingresos publicitarios. Las grandes firmas cierran sus contenidos para los suscriptores y fían su futuro al compromiso de sus más fieles. ¿A quién le parecería mal en cualquier industria donde se entienda que los productos que fabrican no son gratuitos?
Del imperio del todo gratis al pago
En las últimas décadas, las firmas periodísticas centraban sus esfuerzos en lograr audiencias masivas gracias a la irrupción de las nuevas herramientas tecnológicas y abrían sus contenidos para su consumo gratuito y en tiempo real por todos los ciudadanos. Todos nos acostumbramos a tenerlo todo y al único al que pagábamos era al que nos proveían de la banda ancha con la que sofocábamos nuestra adicción digital.
Pero, ahora, al cerrar el acceso a sus noticias, artículos, reportajes y tribunas de opinión detrás de un muro de pago, dejan fuera de su lectura a millones de personas que no tienen poder adquisitivo para pagar por esos medios y esos articulistas que leían gratis, en algunos casos desde que empezaron a interesarse por esas noticias.
La paradoja del pago
Esta situación produce una situación curiosa: queremos medios más fuertes que sean capaces de sostenerse sin la publicidad, pero quizás no hemos caído en este daño colateral: si los medios cierran sus contenidos de calidad, mucha gente dejará de leer esos contenidos por razones económicas y verá restringida su capacidad de informarse.
La culpa no es de los medios, que suficiente tienen con intentar sobrevivir, pero el hecho está ahí.
La sociedad necesita medios de comunicación independientes y fuertes que cumplan su función fiscalizadora y de servicio público y la mejor opción para que existan estos medios es que las empresas implanten muros de pago que les reporten los ingresos que han perdido con la publicidad.
Pero si se cierran los contenidos de calidad, pierden los ciudadanos que no tienen capacidad para pagar por esos medios y se tienen que contentar con aquellos que mantienen sus ediciones completamente en abierto y que, salvo excepciones, están plagadas de noticias publicadas para rendir tributo al dios del SEO, informaciones sin valor añadido alguno y que en demasiadas ocasiones hasta restan.

Lo mismo que cuesta suscribirse a Spotify o a Netflix
Y sí, ya sé que estos mismos lectores se pueden quitar de Netflix o de Spotify o de irse a un par de bares y dedicar el dinero a suscribirse a El Mundo, a El País o a El Confidencial, pero vosotros sabéis que no lo van a hacer. No nos pasemos de estupendos: es más comprensible que la mayoría pague por ver películas y series que por leer editoriales o columnas de opinión. Aquí, en Ayacucho, en Tokio y donde más os guste. El entretenimiento atrae más que la actualidad. Y quizás sea una señal de normalidad. No sólo de la nueva, sino de la de siempre.
Esta paradoja, en cualquier caso, no será eterna. Estoy seguro de que los ciudadanos irán poco a poco acostumbrándose a esta nueva normalidad de los medios de comunicación y que irán incorporando el pago por las noticias a su día a día.
No todos, pero sí en el volumen necesario para que estos medios puedan volver a ser rentables por sí solos y puedan seguir ejerciendo su función social, que la tienen y que es imprescindible para evitar que la contaminación mediática termine de viciar y degradar el debate público hasta hacerlo, como ahora, irrespirable.