Quienes leen este blog saben que llevo tiempo defendiendo que si queremos una prensa que cumpla con los estándares de calidad que les reclamamos a los medios de comunicación, no hay otra solución que comprometerse en la supervivencia de las marcas periodísticas.
Hoy, esta pretensión ya no espera más. Los medios afrontan una catarsis en la que muchos periodistas sobreviven en redacciones diezmadas como si fueran personajes perplejos de una novela de Ágata Christie, preguntándose quién será el siguiente en caer en las rondas de despidos y de expedientes de regulación de empleo.
El modelo de negocio basado en la publicidad da poco más de sí. Las plataformas tecnológicas se han hecho con el grueso de las ganancias y los medios se han visto ya obligados a redimensionarse a la baja y a buscar nuevos caladeros de ingresos que se alejan de sus modelos tradicionales de negocio.
En estos juegos del hambre del periodismo, se gana el derecho a seguir quien se adapta a esta nueva normalidad mediática y es capaz de lograr que le paguen por el valor que genera. Y quien no lo hace, sólo sobrevive en función de la publicidad, en gran parte proveniente de las Administraciones, que sea capaz de lograr.
Todo esto ya se sabe, como se sabe también que la prensa tiene cada vez peor prensa. La crisis de credibilidad de los medios se acentúa y en nada ayuda que hayamos vivido la década del click facilón, del periodismo de mortadela en busca del SEO soñado, del infoentretenimiento televisivo capaz de convertir una anécdota en la guerra del fin del mundo y de los pseudo medios dispuestos a aceptar las fake news como animales de compañía por intereses que muchas veces son cualquier cosa menos periodísticos.
¿Por qué tenemos tan mala reputación los periodistas? https://t.co/E5NaW5OgvF
— Juan Carlos Blanco (@Juancarlosblanc) December 28, 2020
Sí, es verdad todo esto y es verdad que las empresas periodísticas tienen que abandonar el lamento perpetuo, alejarse de la complacencia y hacer algo de autocrítica. Pero también nos vendría bien a todos que dejáramos de demonizarlas y que empezáramos a ayudarlas comprometiéndonos con ellas, a ser posible, pagando por lo que ofrecen.
Los periodistas y las empresas periodísticas tienen su cuota de responsabilidad en esta situación tan difícil, pero tampoco hay que flagelarse en exceso. En gran parte, porque son víctimas de un cambio que ha cambiado la manera de consumir el tiempo de ocio y el consumo de información de los ciudadanos. La disrupción tecnológica también se ha cargado el negocio tradicional de la música, del cine o de la fotografía, por poner ejemplos cercanos. Y no hay quien haya parado estas caídas. Ha sobrevivido quien ha entendido el cambio. Nada más.
Ni ángeles ni demonios
Los medios de comunicación no son entes celestiales ni demonios, sino negocios que necesitan ganar dinero para seguir siendo sostenibles y para tener la fuerza necesaria para seguir cumpliendo con su función, que, pese a lo que algunos se creen, sigue siendo imprescindible para cualquier sociedad democrática.
A lo mejor alguno se piensa que se puede vivir en una sociedad sin medios y que para informarnos ya tenemos las redes sociales y los creadores individuales de contenido, pero no, no es así. En las sociedades modernas, los medios cumplen un papel clave en la arquitectura tradicional y hay que defenderlo si no queremos vivir en sociedades iliberales como las que soportan los ciudadanos de China, de Rusia, de Cuba, de Nicaragua o, más recientemente, de Polonia o de Hungría.
— Juan Carlos Blanco (@Juancarlosblanc) October 28, 2021
El contexto, en cualquier caso, ayuda a este cambio. La pandemia de desinformación y toxicidad mediática que soportamos también provoca que muchos ciudadanos busquen refugio en las marcas periodísticas que siguen generándoles confianza pese a las proclamas tribuneras de quienes sostienen que todos los medios están vendidos a los poderosos y otras zarandajas habituales en los populistas, los negacionistas y los conspiranoicos.
Emergencia mediática
Necesitamos un consenso mínimo viable para luchar contra la desinformación, pero, antes que eso, lo que debemos que asumir es que tenemos un problema extraordinariamente grave. @Juancarlosblanc @etica
— Juan Manuel Alegría (@yaguer_yaguar) June 4, 2021
Y los micropagos nos están acostumbrando a pagar por lo que antes pensábamos que no se iba a pagar un solo euro. Si ya pagamos por Spotify, por Netflix o por Movistar y mandamos Bizums como si no hubiera un mañana, porqué no vamos a pagar por una suscripción. ¿Que es imposible? Decídselo entonces a los 400.000 abonados a medios digitales que hay ahora mismo sólo en España y a ver qué os responden.
La era de los micropagos y la conversación social https://t.co/UcepbQ4o8n
— Juan Carlos Blanco (@Juancarlosblanc) February 27, 2021
No me voy a poner ingenuo ni a hacer de ilusionista de urgencia. Al periodismo le queda todavía un tramo insoportable de travesía agónica, pero el SOS que le ha mandado a las personas para salirse de la pira funeraria empieza a funcionar.
Cada vez son más los lectores que entienden que o se comprometen o sólo tendrán un menú de periodismo fast food repleto con las peores grasas mediáticas saturadas.
Y cada vez son más quienes se han dado cuenta de que al periodismo lo salvan los periodistas profesionales solventes y honestos y los editores capaces de entender los nuevos tiempos y dispuestos a transformar sus negocios y no a supeditarlo todo al gobierno de turno, pero sobre todo lo salvan y lo salvarán los ciudadanos. Y si n9 es así, luego no lo lamentemos.
4 comentarios en “Hacer periodismo no puede ser como meterse en los juegos del hambre”
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