Preparando una charla sobre marca personal y profesional para un curso de un compañero, se me vino a la mente una idea que me parece bastante paradójica.: ¿Sabéis cuáles son las seis palabras más malditas cuando se trata de vender tu marca profesional o la de tu institución o de tu organización? «Yo es que no tengo tiempo», un clásico de todos aquellos que se sienten concernidos a hacer algo que es importante para ellos y para sus empresas, pero que luego no son capaces de sacarle el mínimo de tiempo a su agenda para hacer eso que se supone que es tan importante.
No digo que no sea verdad que no tengamos tiempo, pero no me digáis que no resulta extraño que consideremos que es prioritario trabajar nuestra imagen de marca como profesionales o como empresa y que luego no le dediquemos apenas tiempo a hacerlo.
Es una incongruencia y una cuestión, si se quiere, de puro sentido común: si hay un apartado como éste de la marca profesional/personal que te parece clave para, por ejemplo, fortalecer la imagen de marca y la reputación de tu compañía, porqué no le dedicas tiempo, porque no te planteas una estrategia y la implantación de determinadas acciones y terminas convirtiendo estas acciones en hábitos y costumbres que te acompañarán en tu periplo profesional.
Si no comunicamos lo que hacemos, pocos podrán saber del valor que les podemos aportar. Nadie va a venir a buscarnos por un acto de fe o porque algún bienaventurado caritativo se haya acordado de nosotros y dedique parte de su tiempo a evangelizar sobre nuestras bondades profesionales.
Hace no mucho leí un artículo en el diario El País en el que se aludía a una cita del artista Serge Lutens, que sentenciaba que, que, hoy en día, tan importante como saber hacer es hacer saber. Y sí, más allá de que podamos discutir que a veces tanta autopromoción convierte a las redes sociales en una hoguera de las vanidades en la que uno no sabe si se dedica a trabajar o a contar que está trabajando, tenemos que reconocer que esta sentencia empresarial pone el foco sobre una realidad que no podemos minusvalorar.
Hay que hacer muy bien las cosas. Y, cuando toque, también hay que contarlo. Sin vanidades ni egos subidos y por supuesto sin convertirnos en unos adictos al spam. Pero contarlo. En una época donde todos se pelean por la interlocución de la actuación y donde la oferta de información es infinita, si no eres capaz de hacer saber lo que sabes hacer, tu valor frente a los demás se invisibiliza. Y cuando pasa esto, el mercado te termina expulsando. Y entonces, sí que tendrás tiempo para esto y para demasiadas cosas más.