Un artículo que firma en el País Beatriz Gallardo sobre la caducidad de los formatos de debate electoral en las televisiones que se celebran en España me hace reafirmarme en la idea de que toca resetear y reformatear algunas de las ideas preconcebidas con las que nos movemos en la comunicación política.
En este caso en particular, se lo debemos a los ciudadanos, y aún más en especial, a aquellos abnegados que no sólo se dignan a poner el canal en el que se retransmite alguno de estos debates sino que, para más muestra de coraje, sacrificio y tesón, son capaces de seguir los pormenores del debate hasta que el periodista que modera la confrontación se despide de los participantes.
Yo soy un apasionado de la política capaz de zamparme hasta un debate a siete de algún pueblo perdido, pero entiendo que ha llegado ya el momento de decir basta a la tortura de tener que soportar los debates más acartonados, encorsetados y dirigidos de la Europa continental.
En más ocasiones de las debidas, el control que ejercen los partidos políticos sobre las reglas de esta confrontación de ideas juegan en contra del ritmo, la viveza y la frescura que deben marcar unos debates en los que los candidatos deben subrayar sus fortalezas propias y las debilidades de sus adversarios.
No voy a pecar de ingenuo, pero quiero defender una vez más que quienes tienen que marcar estos ritmos y hacer que estos debates respondan a su función deben ser los profesionales de los medios de comunicación y no los representantes de las formaciones políticas. Estos últimos defienden legítimamente los formatos y tiempos que más convienen a los intereses de sus candidatos, pero no pueden ser quienes decidan de qué se habla, por cuánto tiempo se habla y en cuántos turnos., réplicas y contrarréplicas.
Los debates electorales que vivimos en España han mejorado estos últimos años, en parte por la cada vez mayor pericia periodística y técnica de los realizadores de estos programas y en parte por la experiencia acumulada por muchos de nuestros dirigentes políticos, cada vez más avezados en el arte de colocar una buena frase en el imaginario público y, sobre todo, en cumplir con el objetivo de estos debates, que es el de transmitir a los ciudadanos la percepción de que pueden confiar en el candidato o candidata en cuestión…y de que deberían de desconfiar del aspirante adversario.
Pero el que se haya mejorado no quita para que siga pensando que nos sigue faltando eliminar el cuello de botella de unos debates electorales que parecen de la época de Joaquín Prat, pero el padre.
Ya podemos tener hologramas, realidades virtuales y platós salidos de una base interestelar, que si seguimos teniendo debates que son una sucesión de monólogos casposos, seguiremos fallando estrepitosamente en la prestación de un servicio que cumple una función pública y es un derecho que nos corresponde a todos los ciudadanos.
En la era de las pantallas, no podemos seguir debatiendo como si nos disputáramos el voto del señor Cayo.