¿Quiénes presionan más a los periodistas? ¿Los políticos, las empresas o los propios lectores?

El consejero delegado de Vocento, Luis Enríquez, publicaba esta mañana un tuit en el que incluía un párrafo de una publicación de 1912 del periodista Walter Lippman, una de las grandes referencias del periodismo norteamericano del siglo XX, de la que entresacaba este párrafo: «No hay poder financiero que resulte ni la décima parte de corruptor, de insidioso y de hostil para la originalidad y las declaraciones hechas con franqueza que el temor a la opinión de los lectores de una revista. Por cada dato que se suprime para no perjudicar a una compañía ferroviaria o un banco, se suprimen nueve para no ofender a los prejuicios de los lectores«.

Pues no puede estar más vigente el comentario de Lippman que ha publicado Enríquez. Los periodistas viven hoy en día sorteando las minas que les ponen sus adversarios y enemigos, sus lectores y sus suscriptores y también esa nueva estirpe lectora que se agrupa en el epígrafe de comentaristas perpetuos de todo lo que escriban a través de una red social, analistas de sofá que entregan su vida a descubrir las contradicciones de todo aquel periodista que se asome por sus predios.

 

En esta era de la histeria de lo políticamente correcto, con millones de ojos escrutando el trabajo periodístico desde los puestos de centinela de sus cuentas sociales, las presiones se multiplican. Y no desde el lado que todos se barruntan, el de los poderes poderosísimos que quieren controlar la opinión pública a través de lo que dice la opinión publicada, sino desde el que se asoman todos aquellos que no soportan que en ‘su’ periódico, ‘su’ radio o ‘su, televisión se defienda lo contrario de lo que ellos piensan.

Hoy, los medios que se precian de ser de calidad procuran seguir teniendo firmas independientes que desafíen su propio criterio editorial, pero saben que eso tiene un precio: los medios tienen que esquivar ahora las invectivas de sus propios lectores, sobre todo si son de los que pagan una suscripción mensual a su diario, en cuyo caso, pueden sentir la tentación de pensar que si pagan es para que el medio diga lo que ellos quieren que diga.

Los periodistas y la tiranía de los lectores con vocación de policías del visillo

Y lo tienen que hacer justo en el momento de su historia reciente en el que se encuentran más débiles por su crisis de credibilidad y por el hundimiento de su ingreso tradicional, el proveniente de una publicidad que se ha trasladado caso en masa a los medios sociales por su capacidad de usar (y de abusar) los datos de sus usuarios para crear anuncios imbatibles gracias a sus sistemas de publicidad programática.

En este caso, la autocensura suele llamar con fuerza a la puerta de los periodistas, que bien se cuidan de no sacar el teclado del tiesto más de la cuenta para evitar que sus lectores sean quienes los expulsen de sus redacciones y los arrojen a ese mundo ignoto y glacial de los colaboradores por pieza y de los autónomos de infantería. 

Pero, bueno, no me voy a poner dramático. En la mayoría de las redacciones y direcciones de los medios, estas presiones se asumen con la misma naturalidad con la que un padre se pone a hacerles bizum a sus hijos como si no hubiera un mañana. Quien tiene experiencia periodística, sabe que las presiones van en el sueldo. Y saben algo incluso aún más importante: que es mejor que te presionen que no recibir presiones, en cuyo caso lo que te debería de preocupar es que tu trabajo, por muy bueno que a ti te lo parezca, no le interesa a nadie.

 

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1 comentario en “¿Quiénes presionan más a los periodistas? ¿Los políticos, las empresas o los propios lectores?”

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