Soy un adicto a las redes sociales y en general al consumo de la pantalla de mi teléfono móvil. De hecho, prefiero ni mirar el cómputo de tiempo efectivo que paso cada día delante de la pantalla de mi Iphone para que no me dé un infarto de miocardio al comprobar que tengo las estadísticas de un yonki digital. Entre lo que le dedico al trabajo y lo que lo uso para informarme y entretenerme, creo que podría competir con cualquier adolescente entregado las 24 horas del día a ver fotos en Instagram y vídeos en Tik Tok.
Como veréis, tengo razones de sobra para hacer lo que estoy haciendo: desde hace un par de meses, me he abonado a una dieta de ayuno intermitente…de mis redes sociales.
Algunos de los que me siguen en ellas estarán pensando que, en vista de mi intensidad productiva en las redes, me ha poseído el espíritu del pequeño Nicolás y estoy mintiendo como si no hubiera un mañana (¡Pero si publica todos los días¡), pero es cierto: estoy rebajando mi tiempo de permanencia en las plataformas sociales. hasta el punto de que hay redes como Facebook en las que entro, publico, miro si tengo algún comentario que responder y me salgo.
Y ya os anticipo que lo estoy notando para bien: leo más, me concentro mejor, me expongo a menos ruido ambiental y he comprobado que para ser más productivo y aportar más valor en mi desempeño, quizás lo más idóneo no sea dedicarme a leer por encima 5.000 tuits al día, de los cuales son prescindibles unos 4.975, o dedicarle tres o cuatro horas horas a ver memes, zascas y fotos y más fotos.
No es fácil para alguien como yo, con casi treinta años de periodismo en la mochila y la sensación perpetua de que tengo que estar al día de todo lo que ocurre y deja de ocurrir (eso que le llaman el efecto fomo y que le podrían denominar el efecto memo).
En más de una ocasión, me he tenido que reprimir las ganas de llevarme la mano al bolsillo de mi abrigo para coger el móvil y echarle un vistazo a Twitter. Un vistazo al que le seguía otro vistazo y luego otro y luego otro… Pero lo peor, o lo que me abrió ya los ojos sobre mi adicción, fue cuando me descubrí a mí mismo algunas algunas noches viendo durante más de una hora fotos en Instagram y quitándole tiempo al sueño. Por supuesto, he eliminado esta aplicación del móvil: es como el Satanás de las redes, una de las mayores ladronas de tiempo que yo haya conocido nunca (de Tik Tok prefiero huir).
¿Y qué hago ahora? Bueno, tampoco he descubierto el nirvana de la serenidad y he venido aquí a contaros la buena nueva. Lo mío es muy de andar por casa y va de recuperar viejas costumbres que había perdido.
Por poneros algunos ejemplos:
- Ahora, cuando voy al supermercado, procuro no mirar el móvil cuando espero mi turno en la caja.
- Tampoco consulto el teléfono, salvo urgencias, cuando doy mi caminata diaria de una hora.
- Dejo el terminal en la cocina después de cenar, cuando me pongo a ver una serie en una plataforma (por cierto, no logro entender cómo se puede ver una película a la misma vez que se pone uno a ver el whatsapp).
- Pongo el móvil boca abajo en mi mesa de trabajo.
- He eliminado las aplicaciones de Instagram, Facebook y Linkedin de mi teléfono.
- He dejado fuera del estudio mi móvil cada vez que intervengo en un programa de televisión o de radio.
- Y, por supuesto, he seguido silenciando todos los grupos de whatsapp a los que pertenezco.
Todo esto no es de revolucionario, sino de sentido común, pero como le pasa a tanta gente, estaba dejando de hacerlo. Y ahora que lo retomo como parte de mis rutinas diarias es cuando estoy reflexionando más sobre mi relación tan adictiva, y en ocasiones tan tóxica, con las pantallas.
¿Somos conscientes de los efectos de nuestra adicción al móvil y a las redes?
Lo advierto: yo no soy ningún ludita que reniega de la fe digital. Me gustan las redes, internet y la tecnología y me vuela la cabeza con el futuro tan cercano que nos llega con la avalancha de aplicaciones y servicios que nos está trayendo la inteligencia artificial.
Y lo que sí voy a hacer, y os aconsejo que también lo hagáis vosotros si sentís que estáis también saturados de tanta red, es seguir intentando racionalizar mi consumo para quedarme con lo bueno y alejarme de la toxicidad imperante en algunos de estos canales sociales, incluidos algunos grupos de whatsapp que parecen armas de destrucción masiva de la presunción de veracidad y de la presunción de inocencia.
Me gustaría pensar que soy quien controla mi uso de las redes y no que éstas me controlan a mí. Pero para eso, he querido dar este paso adelante. Nada histérico ni ampuloso, pero sí constante. Y en ello estoy. Ya os cuento si soy capaz de seguir con este plan de ayuno intermitente o si, por el contrario, me vuelve a poseer el espíritu del scroll y me paso unas cuantas noches viendo lo super wonderful que es la vida de mis amigos de Instagram.
3 comentarios en “Por qué he eliminado casi todas mis aplicaciones de redes sociales de mi teléfono móvil”
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