No escribas ‘Guerra y Paz’ salvo que sea necesario

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Como cualquier consultor con una cierta experiencia, sé lo que digo cuando sostengo que hay empresas, y sobre todo instituciones, que valoran el trabajo al peso: cuantas más páginas, mejor. Primero la cantidad y segundo la calidad. Sus dirigentes leen los resúmenes ejecutivos, pero luego reclaman documentos muy prolijos y extensos que terminan acumulando suciedad en el cajón donde se guardan los informes que no se abrirán jamás salvo alguna casualidad del destino.

¿Por qué se hace así? Pues porque la redacción de estos tochos tiene un efecto placebo: cuanto más largos y saturados de datos y cifras más se calma la ansiedad de los directivos de la empresa o de la institución, que ven avaladas sus decisiones por estos macro informes que todos sabemos que casi nadie terminará de leerse.

Y así, del mismo modo que sabemos que a veces hay que escribir en largo para que estos directivos presenten estos mamotretos como prueba de la solvencia del trabajo desarrollado, aun a sabiendas de que son como una explosión controlada de circunloquios, también tenemos la certeza de que un buen informe no es aquel que quiere competir en extensión y en complejidad con el ‘Guerra y Paz’ de Tolstoi, sino aquel que es capaz de captar las ideas más importantes y de encapsularlas de un modo simple, sencillo y directo en un documento limpio de rellenos absurdos que sólo buscan que el texto en cuestión dure más que las diez temporadas de The Walking Dead.

Un buen informe no es el que empieza su recorrido con una envolvente y termina con un retruécano verbal después de haber engordado todos los párrafos del documento con un desparrame de frases hechas que parecen engordadas con clembuterol.

Un buen informe es el que es capaz de resumir el titular y las ideas fuerza del asunto en cuestión y de ponerle el orden necesario para que quien lea el documento se entere sin aspavientos de qué es lo importante y porqué. Lo demás es farfolla gramatical al servicio de la nada más absoluta, pero una nada que sale rentable porque siempre hay alguien dispuesto a pagar por ella para quedar bien. Bueno, y también porque hay quienes, imbuidos del síndrome de la pomposidad institucional, parecen creerse que escribir bien es redactar un texto que no se entienda y colmarlo de lugares comunes, frases hechas e ideas que se repiten como una mala digestión.

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