El Gobierno sueco paraliza la inversión en digital en las escuelas del país y anuncia que invertirá la partida destinada al aumento de los recursos digitales educativos a la compra de libros de texto. Como ocurre en otros países, el índice de comprensión lectora ha caído entre los niños suecos y la ministra de Educación, Lotta Edholm, ha decidido que Suecia debe invertir en libros de papel para sus niños y niñas en detrimento del tiempo que le dedican a las pantallas.
Suecia no suspende la digitalización escolar ni va a sumir a sus menores en una era de oscurantismo analógico. Lo único que pretende es ponerle algo de sensatez a una carrera acelerada en la que parecía que no queríamos reconocer que estábamos teniendo una regresión general en nuestra comprensión lectora y que esta regresión estaba ligada, entre otros factores, al abuso de las pantallas, sobre todo a edades en las que los cerebros de los adolescentes están en pleno proceso de maduración.
Por lo que he leído, por lo que se apuesta por una cohabitación entre el papel y el digital en el que se asuma, como sostienen muchos expertos y confirmamos por experiencia propia, que la lectura más o menos sosegada de textos largos en papel (o sea, libros) nos permite mejorar nuestra capacidad de atención y de concentración y, en consecuencia, de absorber la información que recibimos.
Creo que necesitamos abrir este debate también en España. La digitalización es esencial y las nuevas generaciones deben recibir una educación que les prepare para un mundo tecnológico que no espera a nadie. Pero educarles para ese mundo no requiere inundarlos de pantallas, sino que exige armarlos con las herramientas necesarias para transitar tanto por el mundo digital como por el analógico.
Esas herramientas son las de siempre: capacidad crítica y analítica para entender y afrontar situaciones más o menos complejas y para expresarlas de la mejor manera posible. Y para aprenderlas, todavía no hay una herramienta más práctica y eficaz que la del libro de texto, la de los apuntes tomados a mano y la del recitado, mejor en voz alta, de lo que hemos aprendido.
No es una regresión de nostálgicos anclados en el pasado, sino la confirmación de una realidad que se abre paso a gritos. El derrumbe cognitivo que detectan los estudios está ligado al uso abusivo de las pantallas para el consumo masivo de contenidos en redes sociales que no necesitan de un mínimo esfuerzo de comprensión y que dejan sin tiempo para cualquier otra clase de ocio.
No podemos mirar para otro lado ni decir que no es para tanto. La enseñanza de cómo usar las pantallas es fundamental para educar consumidores, pero sí además de consumidores, queremos educar ciudadanos, no hay otra: hay que volver a poner los libros de texto donde les corresponde, en el altar más alto de Santa sanctorum de la educación, y acompañarlos de la enseñanza de la oratoria y del deber de aprender a tomar apuntes en algo tan subversivo como un cuaderno.
No hay más. Si quieres que tus hijos aprendan a vivir en la era de las pantallas, no le atiborres de pantallas, rodéales de libros.