Como la batalla por nuestra atención se ha recrudecido y cada vez son más los jugadores que reclaman nuestro tiempo para seguir alimentando los negocios que han creado en torno a sus motores de búsqueda, de sus redes sociales, de sus canales de mensajería y de sus plataformas de streaming, también son cada vez más las empresas y los creadores de contenidos que buscan capturar nuestro interés con un bombardeo angustioso de notificaciones que asedian nuestras pantallas hasta convertirnos en seres que se dedican a esquivar mensajes para mantener un mínimo de calma y de concentración.
Piensa en tu propio ejemplo. ¿Cuántos mensajes recibes al día y a través de cuantos canales? Y ahora una segunda, una tercera y una cuarta cuestión: ¿Cuánto tiempo de tu jornada le dedicas a leer y contestar estos mensajes, cuántos de éstos son importantes o interesantes para ti y cuántos son una pérdida de tiempo, un ladrón de minutos que sólo sirven para desconcentrarte o dispersarte?
Quizás te ha llamado la atención darte cuenta de que le dedicas demasiado tiempo a leer y contestar mensajes, tiempo que podrías dedicarle a actividades más productivas o más placenteras.
Esta época de la notificación perpetua no puede ser sana. Y merece que pensemos que ya no es importante sólo que pensemos en poner en práctica un derecho a la #desconexión digital que nos permita reconectar con nosotros mismos, sino que reflexionemos sobre la necesidad de llevar al debate público la idea del ‘derecho a la desnotificación’, el derecho a no vivir enmarañado en un marasmo de mensajes en las pantallas a cuyo lado lo de Blade Runner parece un paisaje pastoril.
Puede que sea hora de ponerse a dieta, pero de las notificaciones. Por nuestra salud digital…y mental.