Nada como un buen eufemismo para edulcorar la realidad en esta era de lo histericamente correcto. Os paso por aquí un buen ejemplo de comunicación mal entendida que no deja de ser una expresión del puritanismo vigilante que quiere imponer su visión de la vida a las creaciones de los artistas.
Las editoriales anglosajonas están incluyendo en sus organigramas la figura de los ‘sensivity readers’, cuya traducción al español sería la de ‘lectores sensibilizafos’. ¿A qué se dedican? A rastrear en los textos que les llegan en busca de comentarios, expresiones, frases o palabras que puedan ofender por razones de raza, género o cualquier otra circunstancia.

Detrás de este nombre tan cursi lo que hay no es más que un modo de disfrazar lo que no deja de ser más que una manifestación pura y dura de censura.
¿Qué van a hacer estos llamados ‘desminadores’ que supuestamente eliminan la posibilidad de que un escritor meta en problemas a su editorial? Pues censurar a los autores y llevarlos por el camino que marque el pensamiento imperante en cada momento, lo que nos puede llevar a un ridículo similar al que hemos vivido cuando alguna luminaria decidió que había que cambiar el modo en el que hablaban los personajes de Ágata Christie o de Road Dahl para no ofender a nadie.
Mirad, como sigamos así, vamos a censurar hasta La República de Platón por las ideas del filósofo sobre las mujeres y vamos a hacer que las novelas de misterio y de asesinatos parezcan folletos promocionales de Disneylandia.
¿Eso es lo que queremos? ¿Tratar a los ciudadanos como a menores de edad a los que hay que proteger del mundo real? ¿Hacer de la cultura de la cancelación una nueva religión?
En fin, dejemos la literatura y las otras artes fuera del alcance de los guardianes de la moral, que el estropicio que causan es mayor que el beneficio que supuestamente nos aportan en su búsqueda incesante de la pureza verbal.