
Leía esta semana un comentario en LinkedIn del consultor tecnológico y conferenciante Marc Vidal en el que, con buen criterio, sostenía que Tik Tok, la red social que arrasa entre los más jóvenes y también entre los ya no tan jovenes, puede ser un pozo para tu atención que reduce tu capacidad de concentración y de paciencia al mismo tiempo que afecta a la autoestima de muchos de sus usuarios más jóvenes por su “cultura de la comparación social y la presión estética”, pero que también puede ser “un espacio para la creatividad y la conexión comunitaria”.
Quizá sea ambas cosas a la vez y lo que toque sea centrarse en usar con equilibrio y juicio esta herramienta para el entretenimiento y la conversación, pero tampoco es cuestión de que miremos para otro lado a la hora de entender las dimensiones de este fenómeno.
Tik Tok es una red social china con unos algoritmos salvajes que enganchan hasta la adicción con su predilección por los contenidos cortos y compulsivos en formatos audiovisuales que consagran los bailes virales y las explicaciones telegráficas como los nuevos totems de la comunicación entre las capas más jóvenes.
Y tiene su lado oscuro, más allá de que sea una herramienta que es propiedad de una empresa que está en la órbita del Partido Comunista chino, con todo lo que eso significa.
Tik Tok es el fentanilo de tu capacidad de concentración, un depredador de la atención, la máquina tragaperras de las plataformas sociales que reúne todas las distracciones en una sola red.
¿Cosas buenas? Seguro que las tiene, pero infinitamente escondidas detrás del efecto placebo que genera en quienes invierten todo su tiempo ahí viendo vídeos virales y pensando que los siguen miles o cientos de miles de personas.