Hace unos días compartí un artículo extenso que firmaba en el suplemento Ideas del diario El País el psicólogo clínico Francisco Villar. El texto iba sobre cómo la adicción a las pantallas hacía mella en la salud mental de los más jóvenes y aportaba datos escabrosos sobre el aumento en la tasa de suicidios y otros indicadores que también eran muy preocupantes. Villar concluía con una conclusión tajante: hay que prohibir el móvil a los menores de 16 años.
Yo no soy tan tajante. Pero tampoco me dejo llevar por el buenismo imperante de quienes piensan que las pantallas no tienen nada que ver con lo que está ocurriendo con la salud mental y, por cierto, tampoco con los problemas de desconcentración y de desatención que tanto se ven en los colegios, en los institutos y en las universidades.
He escrito también al respecto en un artículo que he publicado en 20 Minutos: es importante que entendamos a qué nos enfrentamos realmente. El problema no son en sí mismas las pantallas ni tampoco los teléfonos móviles. El problema es que hemos dejado que unas cuantas plataformas tecnológicas desarrollen sin cortapisas un sistema de venta de publicidad personalizada (la publicidad programática) que se basa en conseguir el mayor número de datos personales de sus usuarios. Para conseguir esos datos, estas plataformas usan técnicas de enganche a sus redes similares a las que se usan en los casinos y en las máquinas tragaperras, técnicas que atrapan la atención de quienes entran en ellas, convirtiéndolos en adictos al chute diario y constante que les proporcionan sus cuentas en Instagram, Tik Tok, Youtube, Facebook o la antigua Twitter.
Hay que ser un poco obtuso para no pensar que un comportamiento tan irresponsable de las tecnológicas no va a tener consecuencias en quienes se enganchan a sus redes. Y hay que estar muy poco atento como para no entender que tenemos un problema con el abuso en el uso de las pantallas de nuestros ordenadores y, sobre todo, de nuestros teléfonos móviles.
Como os digo, no soy partidario de medidas expeditivas. Creo más en el equilibrio y en el sentido común y lo que espero es que cada vez un mayor número de personas entiendan que hay que hacer un consumo responsable de estos dispositivos tecnológicos y aprovechar todo lo bueno que nos ofrecen, que es muchísimo, sin por ello perder el norte de nuestras vidas y de nuestro tiempo de atención.
Pero tampoco me hago trampas en el solitario. Las tecnológicas tienen la actitud del adolescente malcriado que ha decidido que el mundo está ahí para servir a sus intereses y no van a cambiar su modelo de negocio sólo porque haga estragos en la salud mental de millones de jóvenes. Para ellos, estos problemas no son más que daños colaterales que hay que asumir como parte de un juego en el que ganan miles de millones de dólares al año. Y como no van a cambiar si no se les obliga, toca tomar medidas como las que está emprendiendo la Unión Europea (Ley de servicios digitales) para atacar la raíz del problema, que es un sistema de publicidad personalizada que violenta nuestra privacidad y fabrica adictos en cantidades industriales.
Se necesitan más medidas. Quizás, desde luego, la prohibición del uso del móvil en el horario lectivo de los centros educativos y sustituir pantallas por libros. Pero me quedo también con una apelación a la responsabilidad individual de cada uno de nosotros. Nosotros, como usuarios, tenemos que disciplinarnos en el uso de estas pantallas, organizándonos descansos y micro descansos del móvil y, en el caso de quienes somos padres, regulando los horarios de utilización del móvil de nuestros hijos. Sé que esto último que digo es casi un imposible, pero es que no veo otra opción.
Y, por cierto, un último detalle. Estoy convencido de que toca ser más activistas en favor de un cambio en nuestra relación con las pantallas. Hay que hablar más de las pantallas y de los móviles y hay que llevar el asunto a las propias redes sociales, a los medios de comunicación, a los centros educativos, a las empresas, a las sedes de los partidos políticos y a los parlamentos nacionales. Hay que ponerse de frente al problema, concienciar a la opinión pública y tomar medidas. Y si no, ya sabéis: sólo nos quedará lamentarnos aún más.