El presidente del Instituto de Empresa Familiar y de la consultora Sener, Andrés Sendagorta, dijo la semana pasada en el congreso de empresas familiares españolas celebrado en Bilbao que los empresarios tienen que «vencer el pudor» a la hora de comunicar qué es lo que hacen : «Debemos ser mucho más activos en comunicar lo que de verdad somos, para contrarrestar el empeño de otros en transmitir lo que no somos».
Este asunto es clave. Y en el caso de los empresarios adquiere una relevancia especial, por cuanto que la mayoría de ellos son reacios a comunicar y suelen dejar el espacio público a personas que se dedican a la demonización de los empresarios, tildándolos con juicios preconcebidos como personas poderosas y avariciosas que edifican sus presuntas fortunas sobre el sudor de los trabajadores y esquivan el pago de impuestos como si huyeran de algún brote de peste bubónica.
¿Quieren los empresarios españoles cambiar la imagen que se tiene sobre ellos? Pues que no pierdan un segundo más en asustarse y esconderse por si les cortan la cabeza por levantarla.
Los empresarios tienen que ser prudentes y no arrojarse en plancha a todas las piscinas. No están para ir encabezando manifestaciones ni para ejercer la beligerancia más vehemente en todos los asuntos públicos que se tercien. Pero tampoco o pueden confundir la discreción y la prudencia con la pusilanimidad y con el miedo. Tienen que defender su labor y desmontar uno a uno el catálogo de tópicos demagógicos con el que se les califica con tanto desparpajo. En España nos gustan demasiado los aquelarres contra los empresarios como para que, además, éstos se acerquen a la guillotina pública con el miedo de decir lo que piensan.
Tienen, como dice Sendagorta, que «vencer el pudor» y comunicar quiénes son y porqué lo que hacen es tan importante para todos nosotros. Y además lo tienen que hacer por responsabilidad con las siguientes generaciones, dando ejemplo de que emprender la aventura de montar un proyecto empresarial es una de las mejores maneras que hay de hacer país y que tienen que sentir legítimamente el orgullo de sentirse empresarios.
En esta sociedad del conocimiento en tiempo real, las reputaciones que se labran con años de trabajo y dedicación se pueden perder por una mala tarde en una red social o por no tener las herramientas necesarias para salvaguardar el nombre de la marca o de la persona que sea objeto de un ataque, una crítica o una campaña de descrédito. Si no se trabaja ese capital reputacional, esa licencia social para operar y esa confianza que hay que generar en el entorno, poco se podrá hacer para seguir mejorando. Y para alcanzar ese objetivo, es imprescindible salir a la palestra pública y participar de la conversación pública. Y que no lo olviden. Si ellos no comunican, otros lo harán por ellos. Y casi siempre, con unas intenciones que no serán las más beneficiosas para ellos.