Cada día creo menos en obsesionarse con los grandes empeños y más en ganar pequeñas batallas en el día a día. Menos en los grandes retos y más en la introducción de pequeños hábitos que quizás no te cambien la vida, pero que sí te ayudan a vivirla con más plenitud…y a lograr esos mismos retos profesionales que te has marcado.
Igual es la edad, que le hace a uno convivir mejor con las expectativas más o menos logradas de su carrera profesional, pero lo cierto es que a mí me va mejor cuando pienso menos en los objetivos a largo plazo y cuando me centro más en hacer cada día aquello que me permitirá lograr esa misma meta. O sea, cuando me dedico no sólo a predicar sino a practicar.
En realidad, esto de los hábitos es como lo de las dietas: 90% literatura y 10% práctica cuando debería ser al revés: 10% de palabrería y 90% de práctica. ¿Quieres escribir un libro? Ponte a escribir de una manera más o menos concentrada cada día durante unos treinta minutos. ¿Quieres correr una media maratón? Ponte a correr de una manera razonable, de menos a más, durante unos cuantos meses y ya verás quizás sí puedas hacerlo.
En suma, ¿quieres hacer algo? Pues, mira, hazlo. No hay más. No te pases con el diagnóstico y muévete. Que el análisis no te lleve a la parálisis. Y que tus reticencias, miedos o perezas no se conviertan en aniquiladores de tu voluntad.
Piensa en algún pequeño hábito, un ‘microhábito’, que puedas meter en tu día a día. Y deja de decirte a ti mismo y a los demás que es que «tú no tienes tiempo».
Pues claro que lo tienes, lo que pasa es que, como humanos, somos capaces de comprar excusas en un polígono industrial perdido de la mano de Dios antes que reconocer que no somos capaces de entrenar ni un poquito nuestra fuerza de voluntad. Y esto va de eso, no de motivación ni de nada por el estilo. sino de voluntad, de persistencia, de constancia y de recurrencia. Hacer, hacer y hacer. Con el foco bien situado. Y si encima tienes talento…