Hay personas que piensan que soy un poco obseso de lo que hago porque me leo todo lo que cae en mis manos sobre comunicación para las empresas, sobre comunicación política, sobre periodismo, sobre redes sociales, sobre marca profesional, sobre el impacto de las tecnologías y sobre unas cuantas cosas más.
Pues bien, lo admito. Lo soy.
Me encanta lo que hago y me gusta estar al día de lo que hay. No veo qué mal hay en ello. De hecho, pienso que este ejercicio tan sencillo de procurar estar al día de lo que se cuece es lo mínimo que se le puede pedir a un buen profesional, más allá de que se centre en hacer extraordinariamente bien aquello que el mercado demanda.
Nunca voy a entender al que se dedica al periodismo y no le dedica un solo minuto a saber por dónde va su industria, al que trabaja en la publicidad y pasa del marketing digital, al que está en la industria de los coches y ni se ha enterado de lo que viene o al que construye puentes y no le gusta nada leer sobre puentes.
Da igual la temática. Si quieres que los demás te identifiquen como un buen experto con el que hay que contar cuando se necesite, tienes la obligación de darle al F5 de la actualización de forma constante y demostrar que estás siempre entre los curiosos que saben por dónde irá su profesión en los próximos meses y años y que no vas a ser de los que salgan atropellados con la próxima disrupción que aparezca en el camino.
No digo que tengas que ser un apasionado de lo que haces, pero no hay que haber descubierto la inmortalidad para afirmar que si te gusta lo que haces y te interesas por investigar sobre tu oficio, los demás van a pensar en ti cuando requieran servicios de tu industria, serás un referente de alguien con quien se puede contar, serás el típico nombre que a alguien se le viene la cabeza cuando necesita aquello que tú haces. Y eso te servirá para ser más competitivo. Ser inquieto es una buena inversión.